A13

El frío me cala los huesos en esta celda con barrotes de hierro forjado, mi ropaje esta sucio y desgastado, jirones de ropa es todo lo que queda, el viento de la carretera nos ataca sin piedad, mi cuerpo permanece entumecido desde hace un par de horas, no puedo moverme en esta diminuta celda compartida con mis compañeros de viaje, tenemos el mismo destino e inútiles han sido mis intentos por escapar de él.

Mis días transcurrían en una granja sin saber lo que el destino me tenía preparado, esclavo a las exigencias de mi amo y señor mi vida era estar encerrado entre cuatro paredes de madera. Nunca conocí a mis padres, al nacer me separaron de ellos, solo tengo un recuerdo atrapado en la mente, son los gritos de desesperación de mi madre al ser arrancado de su lado mientras siento de mi garganta surgir el llanto.

Sabía que existía un mundo exterior, fuera del corral, una vez casi pude admirarlo, la puerta se encontraba entreabierta, solo bastó un empujón para abrirle, a paso lento y sigiloso salí, no sin antes sentir temor a lo desconocido, caminé hacia el resplandor que veía todas las mañanas, el amanecer de un nuevo día, sentía la humedad del rocío en el césped acariciando mis pies desnudos, era una sensación que solo la libertad puede conceder, por primera vez pude correr sin obstáculos, me dirigí hacía el sol, lo miré en toda su magnitud, recargado en un árbol mis ojos se asombraron ante tal espectáculo. Los minutos transcurrían lentamente hasta que mi embeleso fue roto por una descarga eléctrica en el cuerpo, seguida de otra y otra más, hasta que finalmente perdí el conocimiento.

Mi adolorido cuerpo recuperó la conciencia, me encontraba nuevamente ante mis compañeros que me miraban con curiosidad, todos querían saber que había allá afuera, les platiqué de mi maravillosa experiencia, seguido por mis quejas e infelicidad que habitaban bajo este lugar, suspiré con cada palabra más no pude evitar sentirme acongojado al terminar mi historia. Las descargas dejaron moretones en mi cuerpo, revisando cada una de ellas encontré en mi muslo una marca de la cual nunca me había percatado, era una señal que les servía a ellos para diferenciarnos. Un nombre en cuatro dígitos.

Paulatinamente mis compañeros desaparecían, nadie tenía una idea certera sobre su paradero, muchos mitos giraban al respecto, algunos pensaban que vivíamos en el infierno hasta que nuestra penitencia se cumplía y nuestro guardia nos liberaba en el paraíso; otros pensaban que solo nos cuidaban por ser jóvenes e impulsivos, era su manera de protegernos; pero fue la idea del más viejo de nosotros que se grabó en mi mente, él manifestaba que habíamos perdido nuestro lugar al frente de la cadena alimenticia. Los viajeros nos reemplazaron con su llegada, ahora nos tocaba a nosotros pagar por los pecados de nuestros padres. Irónica es la existencia al proveernos el sufrimiento que nosotros otorgábamos. Esa era la frase con la cual solía terminar su historia.

Un día la puerta se abrió para mi, mi número se encontraba en la lista, silenciosamente y con la cabeza agachada salí sin oponer resistencia, no quería una paliza como la conferida a uno de mis compañeros, caminé guiado por las chispas eléctricas de los bastones hacia una jaula de estrechas dimensiones, fui el segundo en ingresar, a pesar de su diminuto tamaño nos obligaron a compartirla con muchos de nosotros. No había espacio para moverme.

El viento frío de la carretera no es tan gélido como el aire de temor que todos respiramos, comienzo a creer en las palabras del anciano, sé que nuestro destino no será grato, este será un viaje sin retorno, no es el paraíso donde nos llevan, nuestra penitencia continúa, nadie se preocupa por alimentarnos durante el largo viaje. Me sujeto fuertemente a los barrotes, como si fuera posible romperlos con la fuerza de las manos, quiero salir de aquí, correr hacia el amanecer, ser libre, más solo me concreto a aceptar mi cruel cometido.

Finalmente hemos llegado al lugar fijado por ellos, es un lugar con pútrido olor, mientras nos obligan a caminar por los pasillos veo las paredes manchadas de sangre, gritos de agonía habitan las paredes, siento a las almas acariciando mis mejillas y secando las lágrimas. Rastro, esa es la palabra que usaba el anciano para describir este lugar, ahora me doy cuenta que solo me han mantenido con vida porque soy el alimento de otra especie.

Uno a uno cada turno se va cumpliendo, he llegado al frente, soy la siguiente víctima, veo a mi predecesor atado de las manos y colgado de un gancho, su verdugo sostiene una pistola neumática, la conozco porque en la granja la usaban para sacrificar a los enfermos, veo el temor reflejado en sus ojos mientras el verdugo coloca el dispositivo entre ellos, los balbuceos de la víctima no le impiden llevar a cabo su labor, pero la víctima se resiste provocando que su tiro sea errado. Al notar lo sucedido el verdugo toma un afilado cuchillo de una mesa próxima y separa así la garganta de la víctima en dos partes. La sangre surge a borbotones, no puedo evitar desviar la mirada ante horrendo espectáculo.

No ofrezco resistencia, mi verdugo cuelga las ataduras de las manos en el gancho, he aceptado mi destino, mientras se realizan los preparativos de mi ejecución, medito sobre mi existencia, gracias a nosotros ellos coexisten, nuestra carne es el sacrificio que otorgamos para que conserven su vida, deberíamos ser bien tratados, con mayor respeto y mejores condiciones. Siento el frío cañón en mi frente, la hora ha llegado. Un impacto en mi cerebro destroza las palabras de mi último pensamiento.

“Si tan solo mi sacrificio fuera valorado por ellos.”

One Angel Falling at;
9:37 a.m.